Te doy gracias, Señor,
porque siempre me das
el pan tierno de la misericordia,
que tantas veces merecen mis pasos.
Te doy gracias
por las horas de vida
que me regalas como gotas de rocío,
por los momentos de sombras
donde aprendo el valor de la luz,
y por las luces bellas
que acarician mi camino.
Gracias por los días de desánimo,
cuando mis fuerzas parecen desvanecerse,
y por los tiempos de ánimo florecido,
cuando mi espíritu brota con esperanza.
Siempre estás pendiente de mí,
aunque llore, me asuste, dude o esté triste.
Tu amor, suave como el canto de un pájaro,
nunca me abandona;
es alimento que calma mi alma,
un refugio en los días grises.
Te agradezco, Señor,
por tu protección diaria,
por no dejar que la flor de la esperanza
se apague en mí susurrando sus pétalos.
Tú la mantienes viva,
fuerte, brillante y pura.
Gracias por permitirme
ver el rostro de mis seres queridos,
escuchar su risa que llena el silencio,
sentir su calor en cada abrazo.
Gracias por darme manos y sentidos
para servirles con amor,
para ser luz en sus días como tú lo eres en los míos.
En cada paso que doy,
en cada aliento que respiro,
mi corazón murmura una oración:
gracias, Señor, por estar siempre conmigo.
Autora Edith Elvira Colqui Rojas -Perú
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