Juanito era un niño de diez años, que trabajaba para
poder vivir, como todos los días bajaba desde arriba, desde el cerro San Cosme,
allá en Lima, para poder sus caramelos, pues así ayudaba su madre que había
sido abandonada por su padre y también a sus cinco hermanitos pequeños. Le
gustaba vender por en el centro de la
ciudad, especialmente por el Jirón de la Unión, pues allí habían muchos centros
comerciales y mucha afluencia de gente y podría tener más ventas: ¡Caramelos de
eucalipto para la garganta¡¡Caramelos a cinco por cincuenta céntimos¡
Ese día era un día especial era la víspera de Navidad y
Juanito debería quedarse más tarde trabajando. Estaba muy cansado pero se decía
así mismo para darse valor. "Estoy cansado pero debo seguir trabajando
para llevar algo para mi madrecita por
navidad, pues se la pasa la vida lavando ropa para otros, y no le alcanzará
para la cena de navidad".
De pronto, ve en unos escaparates muy grandes mucho
arbolitos de navidad, muy asombrado, pues nunca ha tenido uno, se queda a
admirarlos largo rato y luego al seguir recorriendo las calles con sus
caramelos, ve mucha gente que entra y sale de centros comerciales cargados de
muchos regalos, ropa y juguetes que muchos niños llevan en sus manos y se pone
a pensar muy nostálgico: "Cuánta gente comprando tantas cosas,
desesperadas entran y salen de las tiendas, quién como ellos que tienen para
comprarse juguetes y ropa, a mí no me alcanzará para comprar zapatos a mis
hermanos, ni un juguetes, pues si le compro a uno los demás querrán y no
estamos para eso, tenemos que pagar la luz y ahorrar para comprar el agua.
Algún día seré grande y trabajaré más y compararé juguetes a mis hermanos, que
nunca tienen juguetes por navidad, por ahora solo chocolate y un panetón barato. Y como siempre
luego de las doce a dormir, pues no hay para más. Yo me volveré a trabajar
luego que ellos se duerman, pues en navidad aunque sea, la gente me compra un
poco más de caramelos, y hay que aprovechar, ay, ¿y el hambre? yo pensando en mis hermanos y mi madre y
por trabajar tanto ya me olvidé de comer
y mejor ya no veo tantas vitrinas, pues me antoja las deliciosas comidas que
come la gente que tiene plata, en estos restaurantes. Yo no tengo ni padre. Pero
tengo que ser muy fuerte y no debo llorar, aunque tenga muchas ganas
ahora". Soy el hombre de la casa y bebo trabajar: ¡Caramelos de menta para
la garganta¡ ¡Caramelos¡...
*Autora: Edith Elvira Colqui Rojas-Perú- Derechos
reservados
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