Era una mañana hermosa de navidad y cuatro hermanitos, Pedro, Elisa, Martha y Juanita
esperaban la noche buena, con mucha ilusión y alegría, aunque no tenían dinero, ni juguetes que recibieran, pues eran muy pobres.
Por la tarde, Pedro decía a Elisa: yo quisiera que el niño Jesús me regale esta navidad un carro azul y Elisa le decía: qué bueno, hermanito, yo quisiera una muñeca que hable.
A lo lejos Martha y Juanita que oían la conversación agregaron respectivamente, yo quisiera un juego de ollas con sus platos de plástico, y yo, una bicicleta.
Eran niños y soñar no costaba nada, así que con solo pensar los juguetes eran felices porque sabían que no recibirían nada, por ser pobres y además huérfanos de padre y madre.
Ya faltaban pocas horas celebrar para la navidad a las doce de la noche y los niños no habían cenado nada, de pronto tocan la puerta y Pedro abre:
—Hola pequeños, aquí les traigo algo para compartirles.
Era nada menos que la vecina María, una viuda anciana que les traía bizcochos y una jarra de chocolate y los niños saltaron de alegría y le agradecieron contentos a la generosa vecina.
Quedaban pocos minutos para la noche buena y los cuatro hermanitos esperaban la navidad juntos y abrazados, aunque con un poco de tristeza, pues por la ventana miraban como a los niños de su barrio sus padres les habían comprado muchos juguetes y ellos no tenían nada.
Lo que sí tenían era un pequeño nacimiento viejito que sus padres les habían dejado y que armaron con mucho amor y allí rezaban de rodillas pidiendo por los niños del mundo que como ellos pasaban soledad, hambre y orfandad.
El nacimiento solo tenía a San José, a la virgen María y a los tres reyes magos, pues el burro y la vaca se habían roto, pero eso no les importaba, amaban ese nacimiento, porque allí veían al niño Jesús pobre como ellos en ese pesebre.
Pedro, Elisa, Martha y Juana estaban rezando en el pesebre con mucho fervor cuando una luz los iluminó y vieron asombrados dos ángeles hermosos con túnicas resplandecientes y rostros preciosos
y Pedro dijo:
—¡Miren hermanitas dos ángeles han venido a visitarnos!
Y los ángeles, para que no tengan miedo, les dijeron:
—No teman pequeños, somos dos ángeles enviados por el niño Dios para premiarlos por el gran amor que le tienen, rezando siempre en el pesebre gozosos, aunque no tengan juguetes.
Pero antes debemos contarles que el niño Jesús fue tan pobre como ustedes como allí lo ven sin zapatos, ni regalos que sus padres pudieran comprar, pero estaba feliz porque tenía a sus padres dándoles todo el amor del mundo.
Los hermanitos, al oír estas palabras, se llenaron de tanta alegría que lloraron de emoción, pues entendieron, que el niño Jesús había pasado las mismas penas de la pobreza como ellos.
Luego de ser consolados por los ángeles, los cuatro hermanitos comenzaron a cantar el “gloria a Dios en las alturas” y los ángeles contagiados por su fervor los acompañaron y toda la tristeza de esa casa se convirtió en una inmensa llama de alegría profunda que estallaba esa noche, en sus pequeños corazones infantiles.
Definitivamente, no había ningún regalo que podía llenar sus inocentes almas, que la visita de estos ángeles, anunciándoles que el rey del mundo, el mismo niño Dios, era tan pobre como ellos.
Luego de este bello momento, los ángeles sacaron unas bolsas y de allí iban sacando justamente los juguetes que los niños habían pedido.
Los niños asombrados recibieron los juguetes que no esperaban recibir y los ángeles les dijeron:
—El niño Jesús les envía estos regalos porque habéis sido niños buenos todo el año, por no dejar de creer en Dios a pesar de la dura vida que les ha tocado vivir.
Los niños entonces se pusieron de rodillas ante el pesebre y agradecieron a Dios por la vecina que les trajo alimentos y por los ángeles que les trajeron alegría su hogar y por los juguetes.
Este hecho hizo que los niños ya de adultos sean muy compasivos con los niños pobres y que cada navidad vayan a regalar juguetes, allí en las faldas de los cerros donde vivían los niños más pobres.
Pedro se hizo carpintero, Elisa, costurera, Martha y Juana, profesoras, ayudadas por sus hermanos para terminar su carrera y siempre en sus hogares mantuvieron la costumbre de rezar de rodillas con sus hijos delante del pesebre por todos los niños del mundo que pasan hambre y miseria.
Autora: Edith Elvira Colqui Rojas Perú Derechos reservados
Feliz navidad, queridos amigos