MUJER DE UN PESCADOR-Narrativa
Siempre me consideré una mujer con alma de gaviota.
Mis manos siempre trabajaban en la tierra, pero mi corazón volaba muy alto desde niña.
Allá en el puerto artesanal de Paita en Perú, donde mi padre era pescador, yo aprendí a oír el lenguaje del mar que con sus olas gigantes levantadas como leones, me susurraban que debía usar toda mi energía y coraje para lograr mis metas.
Esto me lo enseñó mi padre, cuando todos los días a las tres de la mañana, en pleno invierno y con un frío intenso, se internaba en el mar con su endeble embarcación para sacar los peces para alimentarnos.
Era un hombre valeroso y arriesgado, yo le decía: ¿padre no tienes miedo? y él con profunda calma me decía: "la vida está hecha para los hombres que luchan" y eso se quedó grabado en mi mente por siempre.
Ahora que vengo con mi cesto al mar, ahora que soy esposa de un pescador, siento un respeto al mar y ruego no se lleve en sus brazos, lo que más quiero, mi esposo, luz de mi vida.
Yo vengo a diario con mi cesta a esperarlo pues viene con sus amigos en su lancha, trayendo la pesca del día.
Son largas horas de agonía, mi espera, pero me aferro a que volverá.
Las blancas gaviotas siempre acompañan con sus graznidos, mi angustiosa espera.
Y cuando al fin llega con su cara sonriente, respiro tranquila. Desembarca muchos peces frescos en la orilla y yo voy con mi cesta y recibo la porción que nos toca, una parte vendo en el mercado y la otra reservo para nuestro almuerzo.
Ser mujer de un pescador es muy difícil, pues conlleva peligro de muerte para mi esposo.
Por ello siempre lo encomiendo a la Virgen del Carmen, intercesora de los pescadores y también rezo al "Divino" para que aquiete la furia de las olas del mar.
El mar es nuestro amigo proveedor, pero también nuestro peor enemigo.
Autora: Edith Elvira Colqui Rojas-Perú-Derechos Reservados
versión un poco más larga:
Siempre me consideré una
mujer con alma de gaviota.
Mis manos siempre trabajaban
en la tierra, pero mi corazón volaba muy alto desde niña.
Allá en el puerto artesanal
de Paita en Perú, donde mi padre era pescador, yo aprendí a oír el lenguaje del
mar que con sus olas saladas y su inmensidad de cielo me decía que yo era un
ser muy pequeño, que tenía que dominar mis impulsos, que no lo podía todo.
Las gaviotas me enseñaron
que el hombre es libre que no debe dejar que nada aniquile sus sueños y
esas olas gigantes levantadas como leones, me susurraban que debía usar toda mi
energía y coraje para lograr mis metas.
Eso, me lo enseñó mi padre,
cuando todos los días a las tres de la mañana, en pleno invierno y con un frío
intenso, se internaba en el mar con su endeble embarcación para sacar los peces
para alimentarnos.
Era un hombre valeroso y
arriesgado, yo le decía: ¿padre no tienes miedo? y él con profunda calma
me decía: "la vida está hecha para los hombres que luchan" y eso se
quedó grabado en mi mente por siempre.
Ahora que vengo con mi cesto
al mar, ahora que soy esposa de un pescador, siento un respeto al mar y ruego
no se lleve en sus brazos, lo que más quiero.
Le digo: mar que nos sustentas,
no te lleves a mi amado que es mi luz, pedazo de mi vida.
Yo vengo a diario con mi
cesta a esperar a mi esposo que viene con sus amigos en su lancha trayendo la
pesca del día. Son largas horas de agonía de mi espera, pero sé que volverá.
Y al fin llega con su cara
sonriente, desembarca con muchos peces frescos en la orilla y yo voy con mi
cesta y recibo la porción que nos toca, una parte vendo en el mercado y la otra
reservo para el almuerzo.
Ser mujer de un pescador
es muy difícil, pues conllevaba peligro de muerte para mi esposo.
Pero yo lo encomiendo a la Virgen del Carmen, intercesora de los pescadores,
y también rezo al "Divino" para que aquiete la furia de las olas del mar.
El mar es nuestro amigo proveedor, pero también nuestro peor enemigo.
Autora: Edith Elvira Colqui Rojas-Perú-Derechos Reservados