Amado, hoy te condeno
a no olvidar el cuchillo de mis besos,
ni la pluma de mis caricias.
Seré tu sueño, tu sombra constante.
Te condeno,
a llevarme por siempre
prendida en la pupila de tus ojos,
en el durazno de tus manos
y en las aves tersas de tu piel.
Te condeno,
a ver mi figura por tus cuartos y patios,
a escuchar mi voz en las noches calladas solitarias,
a sentir mis caricias en los vientos y olas veraniegas,
a ser tu frío en el crudo invierno,
a verme,
en el café de tus mañanas
y en todas las noches de tu intimidad.
Te condeno además a sentirme alma errante,
siempre pegada a ti.
Y no siento
ningún arrepentimiento,
al condenarte,
pues solo te devuelvo
los clavos de desamor
que cincelaste en mi alma,
el día gélido en que me dejaste,
filtrando lágrimas por los ojos,
al pie del vetusto campanario.
Nota:
Mi veredicto es inapelable,
te condeno a amarme,
cada día más,
aunque yo ya no sea de ti.
Autora: Edith Elvira Colqui Rojas-Perú-Derechos reservados
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