Sin cruz ni madero
Había sido crucificado el madero
en su recinto sacro;
había sido crucificada
su voz luminosa y redentora.
Ahora la cruz
era solo un objeto decorativo,
una medalla muda
colgando del pecho.
No quiso volver a saber
de sus resurrecciones
ni de sus curaciones milagrosas.
La cruz se volvió amuleto,
y luego nada en su vida.
Su existencia se hizo piedra.
Su tez verdosa
ya no vio crecer flores
ni calles bulliciosas.
El silencio fue su compañía,
la orfandad,
el pan de cada día.
Entonces decidió
volver a la felicidad de su cruz,
a sus jarrones de flores,
a su vida oculta,
a su vigor,
a su dicha escondida.
Edith Elvira Colqui Rojas – Perú

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