Había dejado la universidad, acababa de morir su madre, su principal soporte emocional, para soportar el trato agrio de su padre, que era de formación militar, quien muchas veces lo hería con sus palabras toscas y le hacían creer incluso que no le quería, pues era muy estricto, (una vez incluso fue a la universidad pateó la puerta del salón para buscarlo, pues no había llegado a casa por primera vez, por haber asistido a una fiesta).
Julio estaba deshecho, miraba las paredes de su cuarto fijamente, no tenías ganas de comer, ni de nada, solo miraba fijamente ese techo blanco de su cuarto, recordando cuando su madre a esa hora le ofrecía el desayuno, cómo lo consolaba cuando estaba triste, cómo lo animaba a seguir sus estudios de derecho, pero ahora su vida parecía no tener sentido, pues para colmo, el amor de su vida, la enamorada que lo había acompañado en su vida universitaria lo había dejado, porque se había enamorado de otro y ya se iba a casar pronto.
Luego de unas semanas de depresión, prácticamente solo (pues nunca se llevó bien con su hermano mayor) perdió varios kilos de peso y cansado de esa vida decidió salir a discotecas.
Un día, cuando bailaba y tomaba unos tragos en una discoteca de Lima, se acercó un tipo y le comenzó a conversar, le invitó un trago y él le contó todas sus penas y así floreció la amistad entre ellos.
Julio era desconfiado, pero este tipo le había caído bien, y pronto llegaron a tener más que una simple amistad, pues se encontraban en la discoteca, bailaban, conversaban y luego se iban a un hotel de la ciudad. Allí sus bajas pasiones se encendían y Julio creyó ser feliz porque ese tipo le daba compañía y sexo y en este momento que él se sentía tan solo, le venía muy bien una pareja sentimental.
Un día de febrero su hermano Max le dijo:
—Esta casa que nos dejaron nuestros padres es muy cara, vendámosla, nos repartimos la herencia y cada uno ve lo que hace con su plata, además no soporto vivir contigo, eres un verdadero asco de persona, un guiñapo, un capado a la antigua, modoso.
Estas palabras le dolieron mucho, pues, así como era, él si quería a su hermano, pero su hermano no, y es que eran diferentes. Max era un fresco, despilfarrador del dinero de su padre, andaba en juergas y viajes y Julio era una persona dedicada al estudio, muy educado y correcto, por lo que su madre a veces lo prefería a él, quizás por eso lo odiaba tanto.
Julio por la soledad, comenzó a frecuentar fiestas y terminó enredándose con ese tipo, quién al principio no le pedía nada, pero en cuanto la relación seguía le pedía le compre ropa, que pague la renta del apartamento, que vaya a la calle a trabajar, que le saque a pasear y cuando supo que recibió la herencia de sus padres, le exigía la comparta con él por ser su pareja, y él, enamorado y cediendo al chantaje emocional, le daba todo lo que le pedía.
En una oportunidad, cuando llegó del trabajo le dijo:
—Julio, tú eres mi pareja, mi mujer, necesito verte vestida de una verdadera mujer para quererte más y nos miren en la calle con tanto asombro, ponte unos buenos pechos, opérate la vagina, quiero sentir que estoy con una verdadera mujer, tú tienes tu plata allí, para ti no es caro y el pobre Julio, por amor accedió a sus requerimientos.
Estaba ya preparado en sala de operaciones, el médico le había dicho que no iba a ser fácil la operación y la recuperación, que del busto venía la de la vagina que tardaba muchas horas y después ya la de los glúteos. Julio tenía mucho miedo, pero su amor era tan grande que estaba dispuesto a todo por su pareja. Javier, por su parte, estuvo solo un rato en el hospital, pues a escondidas de Julio tenía otra pareja sexual con la que se fue de viaje ese mismo día y quién también económicamente lo sostenía.
Terminó la operación de los pechos y salió exitosa y contrató una enfermera para que lo atendiera en su departamento, pues Javier le había dejado una nota que por negocios debía viajar.
Luego del busto se operó de la vagina y en cuya operación casi se muere por hemorragia, de un pelito se salvó.
Luego siguió la operación de las nalgas y nariz y cara, ¿pero valdría la pena tanto sacrificio?, a veces pensaba.
Terminada las operaciones no quedó tan conforme con su nariz, pero el dinero ya no le alcanzaba para una corrección, se había gastado casi toda su herencia, arreglándose el cuerpo y estaba casi en la banca rota.
Una mañana Javier llegó de viaje y al verlo transformado se alegró, pero al decirle quedaba poquito de la herencia se molestó muchísimo y le dijo:
—No sé amor, tú tienes que mantenerme, irás, aunque sea a vender caramelos a la calle, pues.
y efectivamente, vestido de mujer vendía caramelos para pagar la renta del departamento.
En la calle los hombres taxistas le compraban y algunos le hacían propuestas indecentes, pero él no accedía, pues amaba a Javier.
Javier en la casa comía, bebía o se iba con su otro amante a la playa o a discotecas a espaldas de julio.
Una tarde, cuando Julio estaba vendiendo golosinas, una mujer con un carro plomo se le acercó y le dijo:
¿Tú no eres Julio, el de la universidad?
Era Indira su ex enamorada, quien le había reconocido por los gestos, la talla alta y la voz.
Él se quedó muy sorprendido y le dijo: ¿eres tú Indira?
Ambos se abrazaron y hasta lágrimas de alegría derramaron, él le contó parte de su vida en breve y ella le dijo que estaba casada, que tenía ya dos hijos, que era muy feliz con su hermosa familia, y que se cuide mucho y luego se despidieron.
Julio allí entendió que había cometido un error, que también quería tener una hermosa familia, que quería tener hijos, pero ya era tarde, ya su genital masculino había sido cambiado por los médicos, nunca más podría tener hijos naturales y se puso muy triste, amaba a Javier, pero sentía que ya no era lo mismo con él, pues ya no le hacía el amor como antes, ya no se comportaba como un amigo sino como un jefe exigente que lo obligaba a trabajar.
Y el cielo se cayó para Julio, se miraba al espejo y se veía transformado en mujer, que era lo que en un principio quería, pero en lo profundo de su alma sentía que era hombre, pues al ver a Indira se despertaron sus sentimientos masculinos, estaba muy confundido se sentía hombre, pero atrapado en un cuerpo de mujer y buscó ayuda en un amigo que se había cambiado el sexo también y este le recomendó un psiquiatra, quien le ayudaba en sus etapas de crisis de identidad de género y lloraba mucho en esos tiempos y no quería ir a trabajar por lo que Javier se cansó y lo dejó.
Solo en su cuarto, los demonios de las dudas, los mea culpa, los remordimientos, las nubes de las confusiones lo rodeaban y se volvió loco, perdido en el mar de la soledad y la confusión.
Los vecinos lo llevaron a un psiquiátrico público para orates, pues a veces le daban sus crisis: lloraba, rompía cosas y gritaba el nombre de su madre, haciendo mucho ruido, y allí en ese lugar murió, muy solo y triste.
Autora: Edith Elvira Colqui Rojas-Perú-Derechos reservados
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