CRISTO Y SU PASIÓN
El nazareno carga la cruz pesada,
misericordia pide,
y nadie lo escucha.
La multitud grita agitada:
¡Crucifícale, crucifícale!
Y se acrecientan los latigazos del cruel tormento.
Nosotros lo miramos cual fariseos,
que en la iglesia lo alabamos
y nos golpeamos el pecho,
pero luego raudamente lo olvidamos.
Clamando están misericordia sus cardenales,
¡Tienen sed de una humanidad nueva, sin rencores!
¡Tiene hambre de hombres que se amen y compartan!
Su martirio en sangre no debe ser en vano;
su humillación y afrenta nos cuestiona:
¿Para qué esos latigazos interminables?
¡Para qué esa cruz tan pesada!
¿Para qué esos clavos ardientes y esa sangrienta lanzada?
¿Para qué, tanto dolor?
Si el mundo sigue igual,
luego de su pasión mortal;
mejor Cristo no hubiese hecho nada.
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