Los pedales del sufrimiento
se baten;
agitan mis barcos del dolor que se hunden sin consuelo.
El halcón negro, rasga mis ojos con sus garras,
y sangran en lágrimas púrpuras.
¡Pobre niño, con frío, con hambre!
Quiero consolarlo,
pero mis pestañas solo le rozan;
no lo levantan del letargo.
¿Por qué el destino se ensaña con este ser pequeño?
¿Por qué, el alto roble le aplasta los huesos?
Hierve el caldero en lágrimas,
La noche muda no acompaña,
el sol se a convertido en densa niebla y sombra vaga.
La pluma alicaída no habla,
el vate suspendido en el aire de la prueba
siente flaquear sus cuerdas de sostén.
Aquél, que tano quería yace en el lecho,
en la cruz más alta,
y no puedo ayudarle con mis dedos.
Prende la llama de la duda:
¡Dios, Dios dónde tu mirada se escapa!
Si tu siervo en la cama se dilata,
y tu hija no puede hacer por él nada.
Pedales ciegos que se mueven cada vez mas raudos,
clavando sus cuchillos en el alma,
desgarrando sueños;
traspasando la piel con la filuda espada.
Gimen, gimen hasta el hartazgo las hojas de su árbol.
Calma ya tus alas batientes de infortunio,
que se vayan por esas ventanas abiertas.
Ya estoy rendida,
me voy a descansar.
Mañana, será otro día,
un nuevo despertar.
Quiero dormir,
solo un rato,
quiero dormir,
en los brazos de la muerte...
Autora: Edith Elvira Colqui Rojas-Perú-Derechos Reservados
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