EL OTOÑO DE MI MADRE (PROSA)
EL OTOÑO DE MI MADRE (PROSA)
Llegaron las notas melancólicas del otoño a las calles de mi
ciudad adorada,
llegaron con sus mil mantos de
lluvia trayendo sus gotas húmedas de inmensa melancolía,
Yo amo el otoño, pero este año
ha venido cargado de aguaceros de tristeza, presagiando quizás la muerte de mi
madre, que yace convaleciente en un rincón de la casa.
Abro las ventanas de su cuarto
para que tome aire fresco y al ver las hojas amarillas fúnebres caer, siento una punzada sangrante en
mi alma y medito acongojada: "mi madre se irá ligera como las hojas de
este otoño, ya la vida no le alcanza y estoy segura que si se va, mi ser
llorará en mil aguaceros de pena"
Estas calles otoñales en
copiosas lluvias me estrujan el alma de dolor.
Mi madre poco a poco se acaba
como vela, ¡Y yo sin poder hacer nada!
Solo sigo el paso de la vida
monótona sin resistirme, como esta lluvia de melancolía callada.
No me gusta verla sufrir, el
doctor dice que son sus últimos días y por ello no me despego de ella, estoy muy
presta a cada uno de sus órdenes, pedidos y antojos de alimentos (Me pide
muchos gustos los que procuro satisfacer con agrado y paciencia)
Otoño sigue lloviendo afuera y
en mi alma también llueve al lado de mi augusta madre,
ahora me ha pedido que le lea
un pasaje de la biblia, ese que dice : No temáis en la casa de mi padre muchas
moradas hay ; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar
lugar para vosotros, de Juan 14:2 y luego que he terminado, su rostro
triste se ha iluminado en sol de alegría y esperanza y me ha contagiado su gozo y a mi mente han venido esas
lamparillas que alumbran las calles afuera. Esas lamparillas que hablan de
esperanza en la vida eterna, y nos hemos consolado ambas de la pena y nos
fundimos en un abrazo profundo que trasciende esta vida.
Luego a las once de la
noche me ha dicho: -Hija llama al cura, ya siento que me muero - y corriendo he salido, tomé un taxi y le he
traído al cura a su lecho para que le dé los santos óleos, ha comulgado piadosamente,
su alma entró en calma interior.
Después le agradecí al cura y le di una propina y lo lleve a su
iglesia.
Al regresar encontré a mi madre
dormida, como sedada, entonces le he pedido perdón de mis faltas de niña, adolescente
y adulta y le he prometido luchar por la vida como ella siempre renovada y valiente,
luego, llamé a mis hermanos y padre para que se despidieran de ella. Uno a uno
se encerraron con ella en privado, y afuera otoño seguía lloviendo en llanto al
igual que mi ser.
Luego de que mi padre y
hermanos se retiraron, cerré la puerta de su habitación la arropé bien, le hice
la señal de la cruz en su frente y le di un beso en su mejilla, mi corazón
presentía su despedida de esta vida y latía triste en su crucificada hora.
Luego, coloqué un colchón a su lado y me dispuse a dormir
y a las doce emitió un grito
exhalando su último aliento yo la cogí de la mano para que se vaya tranquila y
allí feneció en paz.
Han pasado treinta años desde
que ella partió y estos otoños largos de
lluvias imparables me recuerdan su lucha, su brega en su lecho de enferma, y quiero
quebrarme de dolor, pero al ver las lámparas de la calle que ilumina este otoño
frío, recuerdo esos versículos de la biblia que siempre me pedía que le leyera:
: “No temáis en la casa de mi padre muchas moradas hay ; si así no fuera, yo os
lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” y me tranquilizo y
alegro y tomo alieno para seguir esta vida sin sus rosas de compañía y prometo
a su alma, a su nombre, ser mejor persona cada día.
Autora: Edih Elvira Coqlui
Rojas-Perú-Derechos Reservados
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